“A comer!” Jesús nos llama

CB1148 Cs215 E1148 G1148 K1019 P248 R364 S228 T1148
1
“¡A comer!” Jesús nos llama,
“¡A comer!”
De Jesús podemos comer y beber;
Brinda diaria provisión,
Y total satisfacción,
“¡A comer!” Jesús nos llama,
“¡A comer!”
2
“¡A comer!” Jesús nos llama,
“¡A comer!”
Si comemos y bebemos siempre de͜ El
El nos llena en verdad
Con Su misma re͡alidad,
“¡A comer!” Jesús nos llama,
“¡A comer!”
1
Pedro

Bayamon, Puerto Rico, United States

Las ordenanzas en cuanto a las ofrendas son una receta de la cocina divina. Cristo es los víveres, nosotros somos los cocineros, y Dios y nosotros somos los comensales que disfrutan a Cristo como nuestra satisfacción. Esto es lo sobresaliente en el libro de Levítico. En términos espirituales, no hay nada más elevado que el disfrute que tenemos del Dios Triuno en Cristo.

¿Se había dado cuenta usted alguna vez de que las reuniones de la iglesia son reuniones en las que se cocina, reuniones donde se come? En ocasiones pasadas hemos hablado de venir a las reuniones a comer, y en nuestras reuniones hemos cantado un breve himno que dice: “¡A comer! ” (Himnos, #228). Sin embargo, es posible que nunca nos haya cruzado por la mente el pensamiento de que debemos cocinar. Los víveres están listos, y los comensales también, pero ¿quiénes son los cocineros? Puedo afirmarles con toda certeza que Dios y el Espíritu no son los cocineros, sino que los cocineros somos nosotros. Por tanto, todos debemos aprender a cocinar.

Si examinamos los tipos contenidos en Levítico, podremos ver que Dios ciertamente desea disfrutar a Cristo. Él desea disfrutar al Cristo que nosotros apreciamos y le ofrecemos. Sin embargo, hasta ahora seguimos siendo demasiado viejos, tradicionales, superficiales y religiosos. Que todos veamos que nuestro Dios desea disfrutar a Cristo. Cristo no sólo debe ser nuestra comida, sino también la comida de Dios, la cual nosotros le cocinamos al apreciar a Cristo y presentárselo. Todos debemos cocinar a Cristo para que podamos alimentar a Dios con Cristo.

Estudio Vida de Levíticos

Capitulo dos