1
A todo ser hay que͜ impartir
Cristo͜ al hablar y͜ en el vivir;
Con caridad minístralo
Al infeliz en su sufrir.
Cristo͜ al hablar y͜ en el vivir;
Con caridad minístralo
Al infeliz en su sufrir.
A todo ser hay que͜ impartir
Cristo͜ en tu͜ andar y proceder,
Imparte͜ Aquel que vive͜ en ti,
Da este Cristo͜ a conocer.
Cristo͜ en tu͜ andar y proceder,
Imparte͜ Aquel que vive͜ en ti,
Da este Cristo͜ a conocer.
2
A todo ser hay que͜ impartir
Al que ganó tu corazón;
Con todo͜ amor minístralo
Haciendo ver Su gran valor.
Al que ganó tu corazón;
Con todo͜ amor minístralo
Haciendo ver Su gran valor.
3
A todo ser hay que͜ impartir
Al Cristo que gozo te da;
Con gran placer minístralo,
Que llegue͜ a ser su realidad.
Al Cristo que gozo te da;
Con gran placer minístralo,
Que llegue͜ a ser su realidad.
4
A todo ser hay que͜ impartir
Al Cristo que tu vida es;
Brinda͜ al Señor, minístralo
A todo͜ aquel para su bien.
Al Cristo que tu vida es;
Brinda͜ al Señor, minístralo
A todo͜ aquel para su bien.
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Orar para avivar
el fuego del evangelio
A fin de predicar el evangelio, primero tenemos que ser de aquellos que estén a favor del evangelio, que tengan el espíritu del evangelio. Después, tenemos que orar. Si no oramos lo suficiente, toda nuestra labor será en vano. Por tanto, tenemos que orar. Sin embargo, no deberíamos orar por personas específicas, sino que nuestra oración debería ser general. Deberíamos orar para que el Señor fortalezca el espíritu del evangelio dentro de nosotros, de modo que el fuego del evangelio arda entre nosotros. Además, tenemos que orar para que el Señor nos dé un corazón que ame a los seres humanos, que nos infunda un sentido de urgencia con relación a los millares que perecen cada día, y especialmente para que haga que nos interesemos por los pecadores y tengamos el deseo de contactarlos. Esta clase de oración aviva el fuego del evangelio; cuanto más oremos, más el fuego del evangelio arderá en nosotros. Con el tiempo, cuando veamos a un pecador, nos conmoveremos hasta las lágrimas y amaremos a los incrédulos. Los santos jóvenes deberían ejercitarse de este modo. Si no tenemos sentir alguno en nuestro corazón al ver a las personas alrededor nuestro, los panfletos del evangeLio que les demos estarán fríos. Pero si el fuego del evangelio está ardiendo dentro de nosotros, sentiremos una intensa carga al pensar en los incrédulos que van camino al lago de fuego. Entonces cada panfleto que entreguemos tocará los corazones de las personas.
Sacado de: LA VISIÓN, EL VIVIR Y LA OBRA DE LOS QUE SIRVEN AL SEÑOR
Capitulo Dos: PREDICAR EL EVANGELIO, Pagina 17